Viviendo una pesadilla

Imprimeix

Pilar Ceprián

Auxiliar d’Infermeria

Llevo más de 25 años ejerciendo de auxiliar en una residencia. Durante estos días he tenido la sensación muchas veces de estar viviendo una pesadilla, que lo que estaba pasando no podía ser real.

Cuando todo comenzó, a principios de marzo, reconozco que empecé a tener miedo por lo que me pudiera pasar, era algo desconocido para todos y eso siempre da inseguridad. Mi obsesión era que nos dieran material de protección, EPI, pues cada vez lo teníamos más cerca y esa pesadilla se hacía real. Todo era secretismo, nada era oficial.

Cuando se cerraron las puertas del centro tuve una sensación de abandono, de lejanía con el exterior. El objetivo era proteger, pero el Covid-19 ya estaba conviviendo con nosotros. Continuamos días sin ninguna medida de protección y eso facilitó que en poco tiempo todo explotara.

Las compañeras empezaron a marcharse de baja, algunos residentes comenzaron a presentar con síntomas y en pocos días fallecieron. Pero era una situación extraña, porque todo tenía que estar dentro de una "normalidad" absoluta. Alguna pregunta o pedir material de protección era una señal de ser alarmista.

Fueron muchas las veces que deseé que se abrieran las puertas y que se viera la realidad. Según fueron pasando los días, y a pesar de que ya me dieron mi EPI, me sentí cada vez más débil, más vulnerable.

No pude soportar ver por la noche las puertas cerradas de las habitaciones que ya estaban vacías, me parecía que todavía escuchaba cuando me llamaban al pasar, o incluso sus respiraciones.

Fueron muchos duelos en pocos días. Eran residentes que llevaban años viviendo con nosotros y, aunque la mayoría tenían una edad bastante avanzada, tengo la sensación que les han robado un verano o incluso otras navidades o unos cuantos años más.

Cuando vives todas estas sensaciones cada noche, te llenas de rabia y de impotencia. Impotencia porque he estado en la primera línea y no he podido hacer nada para evitarlo. Te sientes una perdedora.

Pasaron los días y empezamos a tener información real, se hicieron los test y ya pudimos saber quién era positivo, lo que supuso que la mayoría cambiara de habitación o sacar sus cosas fuera para una desinfección.

Entrar en las habitaciones por la noche y ver cómo algunos residentes tenían sus recuerdos en bolsas negras, hasta que pudieran ser colocadas, me producía mucha lástima. Ellos me miraban, nerviosos por la situación. En esos momentos les apetecía más poder hablar un rato, pues yo era la única que conocían por la noche, el resto eran caras nuevas, pero tenían delante a una persona que tampoco estaba bien.

Hubo noches de ansiedad por situaciones que cuesta olvidar. Entrar en una habitación y comprobar que una persona que no te lo esperas ha fallecido, y tener que dar la noticia a su familia y escuchar sus lágrimas, son momentos que a día de hoy no he podido olvidar.

Me tuve que retirar, no pude más. Estar allí me hacía mucho daño y, aunque me costó reconocerlo, me di cuenta de que mi estado era muy vulnerable como para cuidar a otros. Ahora estoy cuidándome a mí misma. Todavía me pongo nerviosa cuando hablo del tema, prefiero no hacerlo. Todavía salen lágrimas, pero creo que es lo normal, porque estoy viviendo todavía el duelo de muchas personas.